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MOKSHA

Por Christian Padilla
Escritor, curador de arte y curador

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"I am not interested in relationships of color or form or anything else. I am interested only in expressing the basic human emotions--tragedy, ecstasy, doom, and so on--and the fact that lots of people break down and cry when confronted with my pictures shows that they communicate with those basic human emotions. The people who weep before my pictures are having the same religious experience I had when I painted them. And if you, as you say, are moved only by their color relationships, then you miss the point!"      

Mark Rothko  

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Desde finales de los años cuarenta e inicios de los años cincuenta se hablaba de la capacidad que tenía la obra de Rothko de producir en los espectadores una experiencia religiosa, una curiosa aseveración sustentada en la reacción conmovida y emotiva, a veces con llanto, de algunas personas frente a sus formas abstractas . Pero si es posible reaccionar con melancolía, tristeza o alegría frente a la música, que es aún más abstracta y etérea, por qué no frente a una pintura sin figuras reconocibles. Por eso mismo, en 1967 Rothko fue comisionado para pintar una serie de obras de gran formato que serían protagónicas en una capilla en Houston, Texas, una suerte de Panteón moderno, un templo interreligioso que acogería devotos de diversos universos espirituales e incluso a personas que no se identificaban con ningún culto pero que se asumían como individuos profundamente espirituales. 

Así como en las coloridas pinturas de Rothko, la geometría, los módulos y repeticiones en la obra de Jerónimo Villa no son abstractos en la tradición racional de las vanguardias europeas. Villa acude a la abstracción por otros motivos. Los conceptos que quiere abordar y las cosas que quiere decir en su obra carecen de formas físicas definidas y solo a través de aquel lenguaje, que termina siendo en apariencia abstracto, puede simbólicamente darle vida a esas complejas ideas. De esta forma, Villa no es abstracto como Mondrian, pero lo es en un sentido más amplio como Rothko, Kandinsky o John Cage. Esta última comparación con un músico no es caprichosa si se tiene presente que la formación inicial de Villa proviene de la música, y que por tanto, en vez de la representación, el realismo o el expresionismo, Villa está más próximo a aquellas descripciones de conceptos sonoros que pueden tener equivalencia en las artes visuales (el ritmo, la repetición, el canon, los silencios). Kandinsky y Cage desintegraron las maneras tradicionales de la música para acercar el sonido a preocupaciones que los sistemas vigentes no podían expresar como la sinestesia, el jazz y la espiritualidad (en Kandinsky), o las filosofías orientales y el budismo zen (en Cage). Villa acoge ambas visiones y las transforma en un trabajo íntimo y original.

Esta comparación que nos traslada de lo musical a lo visual se hace pertinente no solo por la educación que precede la producción visual de Villa, pero además, por el ritmo matemático, la geometría y su método compositivo: los planos y bocetos compuestos a manera de complejas instrucciones como partituras, y a veces los nombres de sus piezas.  La música rodea y define su obra.

La obsesión de Jerónimo Villa por darle forma física a lo indefinible proviene de su cuestionamiento por la manera en que las religiones se han esforzado en crear imaginarios sobre un aspecto común: la creación de un supuesto del más allá. Lo que para unos es el imaginario de un recinto sagrado que flota en medio de las nubes, para algunos se revela mejor en la palabra y la transmisión oral. Todas las culturas han procurado dejar un sistema de representación que contenga sus dogmas y preceptos, aun cuando se trate de temas etéreos, informes o inmateriales. Hay tantas religiones como formas de querer entender el sentido de la vida, el devenir humano y la muerte. La búsqueda de un sentido propio y de un sistema de representación de estas reflexiones existenciales es lo que lleva a Villa a crear su universo visual, uno desligado y reticente de las religiones (especialmente de las nociones de culpa, pecado y condena de las occidentales) pero con profunda afinidad por la poesía de las creencias orientales. 

Tras un proceso de vida que le ha llevado a estudiar todas aquellas perspectivas, Villa ha concluido que la que representa y coincide mejor con su visión es Moksha, un término sánscrito proveniente del hinduismo que hace referencia a la liberación espiritual, pero que también atrae al artista por su musicalidad: por un lado, por la sonoridad fonética de la palabra; por el otro, porque aquella liberación a que se refiere concluye en el cese completo de actividad, el silencio (nuevamente una referencia a John Cage).

¿Y que hace que sea importante la representación de lo espiritual en el arte? La respuesta la encontramos frecuentemente en la cotidianeidad, en las imágenes religiosas que nos circundan y que desde hace casi dos milenios abundan en el arte religioso occidental. Pero también en el arte contemporáneo. Rothko y Kandinsky han profundizado en ello a partir de formas abstractas precisamente ante la incapacidad de comunicar con la representación tradicional lo que solo la poesía del color y la libertad de las formas pueden decir. Kandinsky exploraría aquella necesidad del individuo por sentirse en éxtasis ante una obra de arte en su libro De lo espiritual en el arte, en el que proponía una respuesta frente a la importancia del arte en relación con el alma:
 
Estas dos clases de semejanzas entre el arte nuevo y las formas de etapas pasadas, son radicalmente diferentes. El primero es externo y, por lo tanto, no tiene porvenir. El segundo es espiritual y por eso lleva en sí la semilla del futuro. […] El artista tiene una vida compleja, sutil, y la obra surgida de él originará necesariamente, en el público capaz de sentirlas, emociones tan matizadas que nuestras palabras no las podrán manifestar. […] Todas estas formas de ser auténticamente artísticas, cumplen una finalidad y son alimento espiritual, especialmente en el caso en el que el espectador encuentra una relación con su alma. 

Estas ideas de Kandinsky coinciden con Villa en su introspección y en la necesidad de extraer y darle forma material a su particular misticismo. Si algunos encuentran sus propias respuestas por medio de la reflexión, el aislamiento, la oración o la meditación, Villa busca y define la espiritualidad por medio de la creación. Moksha es, en este sentido, una serie de trabajos que le permiten al artista la doble función de crear una cosmogonía propia acorde a sus creencias y reflexiones metafísicas, y la posibilidad de construir un imaginario propio y un sistema visual con un profundo simbolismo. Pero Moksha, como estado de plenitud en las culturas orientales, no puede alcanzarse sin un proceso espiritual, por lo cual Villa plantea toda la serie de trabajos en una suerte de recorrido con un orden específico, siete etapas que a continuación se enumeran y titulan en la secuencia planteada por él:

I.    Ser en el espacio
II.    Circular el ciclo
III.    Caer
IV.    Deconstruir
V.    Transitar y conectar
VI.    Unificar
VII.    Liberar y expandir

Las obras en la primera etapa presentan dibujos con figuras abstractas, y en el segundo aquellas formas se van materializando y toman cuerpo gracias a los materiales mas representativos de la producción de Villa, sobre los cuales recae aquella carga simbólica con que las obras y sus conceptos se conectan. La madera y la lija, presentes en gran parte de su producción, cumplen la triple función de ser material, forma y color. Pero además son elementos cruciales para las analogías con que el artista logra trasmitir las dicotomías existenciales que atraviesan su obra y pensamiento, especialmente aquellos opuestos que no existen el uno sin el otro: la vida y la muerte: “La lija es el verdugo de la madera, no la embellece, mata a la madera y le quita su forma original. Trato los dos como opuestos y los junto como adversarios, oponiéndose pero conviviendo, sin anularse”, dice Villa. Y en esa misma analogía otros opuestos se hacen visibles en Moksha, espacios negativos y positivos, dípticos que enfrentan colores contrarios, composiciones en las que el adentro contrasta con el afuera. Como el yin y el yang -las fuerzas opuestas complementarias presentes en todas las cosas según otra visión existencial oriental-, la composición, los elementos y las formas de las obras presentan un balance plenamente calculado.

Aquella milimétrica disposición de todas las obras revela un proceso de creación lento, minucioso, a veces reiterativo como un mantra. Las lijas, una por una, se apilan, se cortan y se doblan por miles, para luego ser agrupadas en el soporte en que les da forma. La levedad del papel de lija, compendiado por decenas de metros en cada obra, termina convirtiéndose, paradójicamente a veces, en pesados bloques contenidos en marcos de madera.  En otras ocasiones la levedad de la obra la da la forma orgánica de un marco irregular que asemeja a un mantra en sanscrito. Así, color y forma complementan composiciones que requieren romper el formato tradicional rectangular para poder enlazar ideas como lo cíclico, el mítico uróboro que muerde su propia cola y las formas curvadas y danzantes que el artista le confiere a la madera. 

Al recorrido lo acompaña siempre el destello del carburo, el brillante grano de piedra que se aloja en el papel, y que produce un halo místico, semejante a la presencia del oro en la iconografía sacra. Moksha nunca se ve igual porque el efecto de la luz sobre ella es siempre cambiante. Además, como si se tratara de una analogía sobre la condición humana, la lija expone su ambigüedad: detrás de su función abrasiva de desgastar violentamente la madera, esconde su fragilidad en el esplendente grano de carburo que se va desprendiendo de su superficie. Violencia y fragilidad, otros opuestos que requieren ser equilibrados para lograr la paz espiritual que el artista busca representar.

Así transitamos a través de las obras de Villa al mismo tiempo que lo hacemos por las siete etapas con que persigue la plenitud. Este orden propone una estructura semejante a una sinfonía, con distintos movimientos, variaciones y tiempos. Una obertura sutil y lenta en Ser en el espacio, que va anunciando tempranamente, en dibujos de pequeño formato, el cariz abstracto y los elementos de orden y geometría que irán guiando y paulatinamente abarcando el recorrido, y un cierre apoteósico en el último movimiento con las dos piezas monumentales que representan la liberación espiritual y la llegada a Moksha. Villa nos ofrece entrar a la intimidad de sus creencias y de esa música etérea que domina su obra, y al hacerlo libera la forma abstracta de su carácter más ornamental para conmovernos con obras que le hablan al alma.

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